martes, 26 de noviembre de 2013

Bounce. [Threeshot] Cap. 3 part.1

¡Bueno! Creo que ya toca dejar adelanto así que... aquí lo tenéis! :3 Como dije en el anterior cap creo que en esta parte lo arreglé. Aún así, con todo lo que despotriqué de la parte anterior me gusta esta historia. Y espero que a vosotras también os esté gustando! >_<
¡Todos vuestros comentarios me alegran de verdad! *3* ¡Muchas gracias por comentar! ^·^



Cap. 3 Primera parte. 





- Escucha. – Takaki al otro lado de la línea hizo una pausa. – Vuelve, no hagas nada. – ordenó el chico rico y colgó.

La persona que estaba en la cafetería sonrió mientras los veía montar en el coche. Tenía muchas ganas de enfrentarse con Arioka, desde que se había dado cuenta de la clase de persona que era; quería romper la relación que tenía con Takaki. Esta podía ser la definitiva. Dejó dinero en la pequeña bandeja que traía la cuenta y salió con una sonrisa divertida.



Daiki conducía hacia el centro de la cuidad, el menor le había dicho que no quería visitar nada más pero poco le importaba a él. Encontró aparcamiento y se bajaron. Yamada miraba a su alrededor sorprendido, los altos edificios casi tocando las nubes, el gentío que era demasiado, todas las glamurosas tiendas… era magnífico.

- ¿Qué pasa? – hizo una pausa mientras clavaba su mirada en el rostro de Yamada. – Parece que nunca hayas visto una ciudad. – sonrió divertido al ver la cara de asombro de su acompañante.

- Yo soy de un barrio a las afueras de la ciudad. Pocas veces he estado aquí. – se sinceró a medias, no quería relatarle toda la verdad. Además, aún no había mucha confianza. Daiki asintió a las palabras, ahora comprendía un poco sus reacciones.

Caminaron hasta que llegaron a una modesta y hogareña cafetería, que encantó al menor. Pidieron y comenzaron a hablar animadamente. De cosas casuales, Daiki con miedo a que la escena de esa mañana se repitiera. Yamada estaba relajado, tranquilo, respondía y hacía preguntas sin preocuparse, sabía que el mayor no era mala persona aunque tenía una lengua bastante viperina.

Daiki se sorprendió cuando vio que el acompañante a la bebida del inquilino era un trozo de tarta, con inmensas y brillantes fresas en la cúspide, había bastantes.

- ¿Te gustan las fresas? – preguntó curioso al ver con el gusto que el menor comía la fruta. Ryosuke asintió con las mejillas infladas a causa del alimento que tenía en la boca, estaba un poco sonrojado a causa de la emoción de volver a comer sus adoradas fresas.

Daiki soltó una sonrisita ante la imagen tierna que estaba recibiendo del menor. Paró de reírse al ver que el menor le miraba confuso, sonrió tiernamente mientras acercaba su dedo pulgar a la comisura de su boca. Yamada se sorprendió y abrió los ojos al sentir el cálido contacto, la suave yema acariciaba con cuidado cerca de sus labios.

- Estás manchado de nata. – sonrió y se llevó el dedo a la boca después de limpiarle. – Muy rico. – saboreó la nata que había quitado de la mejilla del menor quien se sonrojó al ver cómo el otro degustaba la nata que anteriormente había estado cerca de sus labios. Se achicó en su asiento de la vergüenza, Arioka sonrió ampliamente por la ternura.

- Que tierno, está sonrojado. – elogió ensanchando más la sonrisa haciendo pequeños sus ojos. El menor se sonrojó aún más por el comentario, ya no sabía si eso era un cumplido o simplemente la manía que tenía el mayor por molestarle.

Siguieron comiendo amenamente, creando un grato recuerdo en las mentes de ambos. Hablando se habían dado cuenta que coincidían en muchas cosas, que les gustaba varias cosas comunes. Podían llegar a ser buenos amigos.



Llegaron a casa con las bolsas en la mano, se descalzaron y entraron a la cocina donde Yamada se encargó de reordenar. Daiki miró cansado eso, no entendía la manía que tenía su inquilino por organizarlo todo.

- ¿Por qué haces eso? – preguntó apoyado en el umbral de la puerta, pasaba la vista por toda la cocina: la mesa estaba llena de lo que había dentro de los armarios, la nevera abierta, los vasos, platos y cubiertos esparcidos por las encimeras.

- Ya que me encargaré de cocinar quiero ponerlo a mi gusto. – dijo mientras le miraba un segundo para después colocar los cereales y las galletas en uno de los armarios. Arioka sonrió de medio lado, una maravillosa oportunidad para incomodarle de nuevo aparecía.

- Y, ¿a quién le has pedido permiso? – se cruzó de brazos y miró sonriente el cuerpo del menor que dio un pequeño salto, pero no se giró. Daiki supuso que estaría nervioso e incómodo, e inesperadamente eso le divertía. – Era broma, era broma. – aclaró antes de hacer sentir más incómodo al menor. – ¿Quieres que te ayude? – ofreció mientras se acercaba hacia el inquilino quien le detuvo.

- No hace falta, gracias. – agradeció mientras volvía a la tarea, esta vez guardando los vasos en el armario con cristalera.

- Como quieras. – obedeció Daiki mientras salía de la cocina dándole una última mirada al menor que se ponía de puntillas para alcanzar el estante de arriba. Sonrió pensando que a él también le costaba llegar ahí.







Varios meses pasaron. Yamada ya se sabía desenvolver por la ciudad, o por lo menos un poco. Daiki seguía con su vida normal, a pesar de tener a alguien viviendo en casa, por las mañanas iba a ver a Takaki y luego volvía a casa. La relación con éste no iba muy bien, desde hacía unos meses estaba algo distante, además de que la última conversación no había servido para arreglarlo.




*Flash Back.*



Daiki aparcó el coche delante de la gran casa que poseía Takaki y se bajó, le dio las llaves al chófer que estaba en la entrada, le sonrió y se dirigió al interior. Sabía que su pareja le preguntaría el por qué no había acudido el día anterior y por qué tampoco había contestado a sus mensajes. Ya lo tenía todo pensado, solamente tenía que decir que tenía a su primo viviendo en casa, era lo que habían planeado Yamada y él desde el principio.

- Buenos días, Daiki-san. – saludó una de las sirvientas mientras se sonrojaba. Seguramente que llamarle por el nombre le incomodaba y eso que se lo había pedido él varias veces, hasta que acabó aceptando. Eso de “Arioka-san” le hacía sentir como si fuese su padre.

- Buenos días. – devolvió el saludo mientras le sonreía. Continuó el trayecto hasta la habitación del dueño de la casa y tocó tres veces. Escuchó el pase y entró sonriente.

- Hola, Yuya. – saludó directo al mayor que estaba sentado en su escritorio absorto en el ordenador. Le abrazó por la espalda sin darle tiempo a voltearse al mayor quien sonrió gustoso de recibir el calor corporal del menor. Se giró y le dio un ardiente beso que el mayor correspondió con el mismo ímpetu.



Sorprendentemente después del sexo (que era lo primero que hacían cuando se veían) Takaki no le preguntó nada acerca del porqué de su ausencia, cosa que le extrañó pues el mayor era muy maniático cuando a su persona se refería.

Pasaron los meses y todo parecía estar bien, hasta hacía algunos días cuando Takaki le propuso ir al cine.

- No puedo. – rechazó la propuesta mientras se ponía la camisa, otra sesión de sexo para su necesitado cuerpo. Yuya se sentó en la cama dejando al descubierto su pecho, cayendo la suave y cara sábana hasta sus caderas cubriéndole su virilidad.

- ¿Y eso por qué? – debatió le castaño mirándole fijamente sorprendiendo al menor que abrió los ojos ante esa mirada. Era la primera vez que el mayor le miraba de esa forma, parecía resentido, vengativo. – ¿Ya tienes planes? – prosiguió el mayor intensificando la mirada.

- Sí. Mi primo está en la ciudad, ¿no te lo había dicho? – contestó causalmente mientras se abrochaba la camisa tranquilo. Sabía que Takaki nunca iría en su contra, lo tenía comiendo de su mano.

- Ooh… Así que tú primo. – notó la ironía en la ronca voz del mayor. Se giró y le miró fijamente, no comprendía la actitud de Takaki, parecía que se había vuelto en su contra.

- ¿Algún problema con eso? – seguramente él sería la única persona que le pudiese hablar de esa forma. Para el resto de las personas Yuya era un ser frívolo, despiadado, estratega y calculador, no por nada tenía la fortuna que tenía. Ahora era él quien se ocupaba de la empresa de su padre, de algo tenía que servir el negocio.

- No, nada. – mantenía la mirada fuerte, inquisidora. Takaki sabía que Daiki le estaba mintiendo, pero no podía decírselo por ahora, tenía un plan que seguir. Un plan que cuidadosamente había ideado con su inseparable y mejor amigo Yaotome Hikaru, hijo de uno de los mayores socios de su padre. – Espero que te diviertas. – sentenció sonriendo de medio lado desconcertando a Daiki que asintió y salió sin más de la habitación. Cerró la puerta y se quedó pensativo, analizando el comportamiento de su amigo de la infancia.

- Oh, Dai-chan. – saludó alguien sacándole de sus pensamientos. Levantó la mirada y descubrió a la mano derecha de Takaki y jefe de la servidumbre de la casa, Okamoto Keito. Sonrió seductor, no era la primera tarde, ni noche, que compartía entre camas con él.

- Hola, Keito. – ensanchó la sonrisa examinando al menor. Tan elegante como siempre, con ese impecable traje que se acomodaba perfectamente a su trabajado cuerpo. Quedándole ajustado a la altura de los brazos que estaban muy bien ejercitados. – Me alegro de verte. – le miró coquetamente, cosa que captó el mayordomo.

- Lo mismo digo. – devolvió. Caminó hacia la puerta, Arioka le miraba ensimismado esos andares elegantes, esas manos enfundadas en impolutos guantes blancos, los anchos hombros y ese peinado que le daba un aire varonil sin igual. Tocó la puerta y escuchó la voz de Takaki dándole paso. – Espero volver a verte pronto. – susurró y entró cerrando la puerta detrás de él.

Arioka sonrió contento marchándose del lugar.



Después de ese acontecimiento Takaki se comportaba raro con él, no le trataba delicadamente como solía hacer, no le consentía, no le susurraba palabras de cariño… parecía que había dejado de quererle. Cosa que confundía al menor, él creía tenerlo todo bajo control pero no parecía ser así.



*Fin del Flas Back.*





- ¡Dai-chan, levanta! – escuchó un grito lejano, abrió los ojos poco a poco ante el incesante llamado. Notó que estaba en el sofá de su casa. Delante de él el rostro de su inquilino bastante cerca. Volvió a admirar la belleza de su cara, esas largas pestañas enmarcando sus grandes ojos siempre le llamarían la atención.

- Me he quedado dormido… - habló algo adormilado mientras se sentaba en el sofá. El menor se irguió, ya que estaba encorvado, y le sonrió.

- Eso parece. – asintió a las palabras. Daiki miró a su alrededor buscando algo que le dijese la hora que era. No tenía ningún compromiso pero aún así quería saberlo.

- ¿Qué hora es? – preguntó a Yamada al no encontrar ningún reloj. Se giró para mirarle ya que éste marchaba en dirección a la cocina. Había mirado a través de la ventana del salón, estaba oscuro, pero eso poco le podía decir ya que estaban en otoño.

- Son las siete de la tarde. – contestó el menor retomando el camino hacia la cocina. Se pondría a hacer la cena, tenía pensado hacer algo elaborado así que cuanto antes se pusiese a ello mejor. Salió dejando a Daiki solo.

Se dejó caer sobre el respaldo del sofá suspirando a su vez. Estaba cansado, por alguna extraña razón no llegaba a conciliar el sueño, había algo que le preocupaba. Y eso sí sabía lo qué era; el repentino cambio de actitud de Takaki. No llegaba a comprender qué era lo que le pasaba y preguntarle a él directamente solamente crearía conflicto, pues seguramente éste le contestaría “¿No te has dado cuenta? ¿Eso es lo que te fijas en mí?” o algo por el estilo. Tenía que hacer algo para arreglarlo, no quería perder al nº1, además de que seguramente su amistad quedaría dañada.

Se levantó y se dirigió a su habitación, quería darse un baño, necesitaba despejar la mente, no preocuparse. Seguramente eso era alguna rabieta por parte de Yuya, solo quería llamar la atención. Porque si no, no se lo explicaba.

- ¿A dónde vas? Pronto estará la cena. – paró cuando escuchó la melodiosa voz de su compañero de casa salir de la cocina. Se giró en el escalón y le sonrió radiantemente.

- A darme un baño, mamá. – ironizó. El menor se preocupaba por nada, en todo momento quería saber si estaba bien y eso que solían pasar la mayor parte del tiempo en casa, a no ser que el mayor saliese al local o a casa de Takaki.

Yamada soltó una carcajada y entró de nuevo para seguir preparando la cena. Arioka siguió su camino y subió al piso de arriba. Entró en el baño y llenó la bañera a la vez que se desvestía, seguía pensativo tratando de mejorar la situación con su “novio”, no podía dejar que eso siguiese así.

Estuvo bastante tiempo metido en el agua, tanto que notó que el agua estaba bastante fría, lo que le hizo salir de la bañera. Cogió una toalla del pequeño armario que había y se cubrió su hombría, cogió otra y se secó el pelo. Salió del baño en dirección a su habitación para ponerse algo más cómodo, o vestirse al menos. Caminaba distraído así que no se fijó que delante de él caminaba Yamada apresuradamente, haciendo así que chocasen.

Quedaron bastante cerca, por el impacto la pequeña toalla con la que Arioka secaba el pelo cayó al suelo. Yamada miraba fijamente los ojos castaños de su casero, tenía posadas las manos en el escurridizo pecho del mayor y el otro le tenía cogido por las caderas para evitar que cayese al suelo. El más castaño miró los grandes labios del mayor que estaban peligrosamente cerca de los suyos, estaban entreabiertos por la sorpresa del choque. Entrecerró sus ojos a la vez que se acercaba involuntariamente hacia los labios de su acompañante.

- ¿Estás bien, Yamada? – preguntó preocupado el mayor de los dos mientras miraba al otro preocupado. No era normal que caminase tan rápido por la casa. El nombrado detuvo la acción repentinamente al escucharle hablar, abrió los ojos sorprendido dándose cuenta de lo que estuvo a punto de hacer. Se apartó bruscamente del cuerpo que le llamaba a gritos.

- Sí, sí. – atropelladamente contestó a la vez que corría piso abajo para llegar a la cocina y encontrar refugio mientras cubría sus mejillas coloradas.

Daiki miró extrañando el pasillo por el que se había ido corriendo su inquilino. Se agachó y cogió la pequeña toalla y se dirigió a su habitación.

Yamada estaba agachado en frente de una de las encimeras mientras se tapaba la boca, a la vez que trataba de parar su alocado corazón. No entendía qué era lo que le había pasado, por qué de repente había querido besar a Arioka. Tragó fuertemente a la vez que apretaba sus ojos que estaban cerrados, no conseguía parar su fuerte latido. Podía sentir su corazón en sus oídos, temiendo que su corazón saliese de su pecho. Sus piernas le temblaban, por eso estaba agachado, sentía que si estaba de pie no conseguiría aguantar. Tenía las mejillas encendidas, más que el fuego que cocía las verduras. Se mordía el labio nervioso, ¿cómo mirar a Daiki a la cara a partir de ahora?

- Se te va a quemar la cena. – avisó el mayor entrando en la cocina. El menor dio un pequeño bote, no pensaba escuchar la voz del mayor. Abrió los ojos a la vez que contenía la respiración. – A propósito, ¿qué haces así? ¿Se te ha caído algo? – preguntó a la vez que se agachaba con él. Yamada vio eso, sintió el rostro del mayor cerca del suyo y nuevamente se le subieron los colores.

- ¡No es nada! – se irguió rápidamente y movió la cacerola para airear las verduras. Miraba fijamente el agua para no tener que mirar a Daiki. Éste se levantó y se dirigió a la mesa para sentarse y mirar como el otro hacía la cena.

Yamada estaba incómodo ya que sentía la penetrante mirada del mayor en su espalda. Trató de buscar algo con lo que distraerse y lo encontró.

- Hoy. – comenzó pausando para que el mayor pusiese atención. – Mientras iba a hacer la compra un chico me ofreció trabajo. – comentó entusiasmado mientras se giraba y sonreía al dueño de la casa.

- ¿Ah, sí? ¿Y de qué es? – preguntó él interesado también, Yamada llevaba tiempo buscando trabajo y al fin recibía una oferta. El menor ensanchó la sonrisa al ver que tenía la entera atención del casero.

- Dependiente de una tienda de ropa. – Daiki entendió el por qué le ofrecían ese trabajo, el menor le gustaba bastante ir a la moda y saber cuáles eran las tendencias. Miró al menor que parecía estar orgulloso del trabajo, seguramente vivir en una casa gratis le resultaba incómodo.

- Me alegro. ¿Cuándo tienes la entrevista? – su interés era notorio. Saber que Ryosuke estaba feliz le hacía feliz a él también. En esos meses que habían convivido juntos se habían cogido mucho cariño, aunque algunas veces reñían por tonterías o Daiki tratase de incomodar al menor, conseguían resolverlo. Eran muy buenos amigos, aunque últimamente la tensión sexual estaba en el aire, Yamada no se había dado cuenta. Pero él, era un experto cuando al tema se trataba.

- La semana que viene. – respondió el castaño orgulloso. Ahora podía aportar algo de dinero a la casa, para él ocuparse de la compra y los quehaceres no era bastante, tenía que aportar algo más. Aunque Arioka nunca le había pedido nada y mucho menos su parte de la casa.







El día siguiente amaneció tranquilo, algo frío pero era lo que tocaba, cada vez se adentraban más en el otoño, aunque últimamente el cambio climático estaba haciendo de las suyas. Daiki se desperezó en su cama a la vez que gemía, un importuno rayo de sol había chocado contra sus párpados consiguiendo incomodarle y así, despertarlo.

Se levantó para después fijar su vista en el despertador para saber la hora que era. Bastante temprano para la hora a la que habituaba despertar, normal, así tenía el sueño que tenía. Salió de la habitación dirigiéndose hacia el piso inferior. Al pasar por al lado de la puerta de Yamada escuchó varios golpes, también como caían las cosas al suelo, poniendo en alerta al dueño de la casa, temiendo que algo le pasase al menor.

- ¿Yamada estás bien? – preguntó antes de entrar, tampoco quería importunar así que lo correcto era cerciorarse de que el inquilino estaba bien. No obtuvo respuesta lo que le alarmó aún más, aumentando su nivel de preocupación. – Voy a entrar. – avisó para después abrir.

Miró alrededor, la habitación estaba a oscuras pero podía notar perfectamente que todo estaba revuelo. Buscó rápidamente al dueño de la habitación, rodó su mirada de una esquina a otra, pero estaba bastante oscuro, no conseguía distinguir la silueta del menor.

- ¿Yamada? – volvió a llamar una vez que entró y cerró la puerta detrás de él. Tenía intención de dirigirse a las cortinas y moverlas para que entrase la luz, o por lo menos encender las luces.

Solamente silencio a su alrededor, sabía que el menor tenía que estar por alguna parte, no se pudo haber esfumado del lugar por arte de magia. Caminó un poco con temor de no pisar nada y menos a Ryosuke.

- Dai-chan… - escuchó la débil voz del castaño cerca de su persona, provenía del suelo lo que le llevaba a la conclusión de que estaba sentado en el suelo. Sintió próxima la voz, así que estaba cerca.

Se acercó a las cortinas rápidamente y las movió teniendo así una mejor vista del lugar. Todo revuelto, la ropa amontonada encima de la cama y esparcida por el suelo, los zapatos disparejos y repartidos por toda la habitación, la cama revuelta… y por último, Yamada en una esquina sentado en el suelo, abrazando sus piernas, hecho un ovillo. No entendía qué pasaba. Caminó rápidamente hacia al menor que estaba pidiendo a gritos un cálido abrazo y él no se hizo esperar, se arrodillo a su altura y le abrazó. Sintiendo su rostro empapado de agua salina.

- ¿Qué ha pasado? – su preocupación se palpaba. El inquilino se aferraba a su persona desesperado, falto de cariño, desconsolado… Arioka giraba la mirada por todo el lugar desconcertado.

El menor guardó silencio, era muy doloroso, pero tenía que contarlo. Solamente recordarle le hacía sentir triste y furioso, no sabía de dónde salía la furia pero la sentía. Tal vez era la impotencia de no haber podido hacer nada.

- Hoy, hace un año de la muerte de mi madre. – sentenció el menor enterrando su rostro en el arco del cuello del mayor quien abrió los ojos desorbitado, él no sabía nada de que la madre estaba muerta. A decir verdad, Ryosuke no hablaba mucho sobre su familia y ahora comprendía un poco el por qué.

Daiki quedó en silencio, no sabía que decir. Era la primera vez que no quería romper un silencio, aunque era incómodo no sabía qué decir así que optó por no decir nada. Apretó más a Yamada tratando de transmitirle la pena. Estuvieron un tiempo así, hasta que sintió que el menor dejaba de llorar y se tranquilizaba.

- ¿Estás mejor? – preguntó separándose un poco del cuerpo del menor, lo suficiente para poder mirarle a la cara. Barrió algunas lágrimas que rodaban por las mejillas del menor y trató de sonreírle tranquilizadoramente.

- Sí, gracias. – se despegó completamente del cuerpo de su casero y se secó las lágrimas que aún empapaban sus mejillas. Sus carrillos se tiñeron de rosa al recapacitar lo que había pasado. Daiki había visto la horrible cara que ponía cuando lloraba. Se mordió el labio inferior nervioso. – Lo siento. – dijo, sentía la necesidad de disculparse por su comportamiento.

- ¿Eh? – escuchó la voz algo aguda que puso al sorprenderse. Sonrió, la voz del dueño de la casa era muy peculiar, demasiado dulce o aniñada para la personalidad que tenía. – ¿Por qué te disculpas? –

- Porque has tenido que soportarme. – respondió jugando con sus dedos, estaba nervioso, había llorado en frente de él y eso le causaba pudor, demasiado. Siempre había tratado de no expresar sus sentimientos para que su hermana menor no se preocupase y era la primera vez que lloraba delante de alguien.

- Pero no ha sido ninguna molestia, no tienes que preocuparte. ¿Para eso están los amigos no? – limpió por inercia las mejillas del menor a la vez que le sonreía cálidamente cerrando sus ojos a causa de la sonrisa. Ese gesto dio un vuelco al corazón del menor que abrió los ojos.

- ¿Somos amigos? – su sorpresa era notoria, tanto que el mayor despegó la mano del rostro del menor y quitó la sonrisa. Yamada le miraba con los ojos ligeramente abiertos, no esperaba escuchar eso.

- ¡Pues claro que sí! – se irguió ya que se le habían dormido las piernas al haberse sentado encima de ellas. – ¡Me ofendes, Yamada! – se dirigió a la puerta y le miró. – Yo me ocuparé del desayuno, tú dúchate y… – dio un vistazo por toda la habitación. – Ordena la habitación. – le sonrió y salió cerrando la puerta detrás de él.

Yamada rodó la mirada por su habitación, ciertamente tenía que ordenarla, la había dejado patas arriba. Miró a la nada recordando el motivo por el cual su habitación se hallaba en ese estado.

Su madre, su preciada y amada madre hacía un año que ya no se encontraba con él, hacía un año que no la veía, que no escuchaba su preciosa voz, que no le sonreía… tanto la echaba de menos. Siempre la recordaba y la tenía presente, y desde que ella se había ido de su lado todo había ido de mal en peor. Su hermana mayor había entrado en estado depresivo, no hablaba con nadie, no salía y mucho menos trabajaba. Por lo que se vio obligado a buscar él trabajo también. Para su hermana pequeña también había sido un duro momento pero se recompuso rápidamente centrándose en sus estudios, alegando que eso alegraría a su madre y forjaría un mejor futuro para ellos. Él… simplemente llevaba todo el peso de las tareas domésticas y trabajaba, mucho tiempo atrás había dejado sus estudios al enfermar su madre.

Y cuando parecía que levantaban cabeza; que su hermana pequeña iba muy bien en los estudios y se había dado el lujo de buscar un trabajo a jornada parcial. Que su hermana mayor volvía a ser la misma, buscaba trabajo también y había conocido a un buen hombre. Y él conseguía bastante dinero en su trabajo. Unos hombres extraños aparecieron en su casa cuando estaba solo y le llevaron lejos de su casa, ni si quiera se pudo despedir de sus hermanas. Esos hombres trabajan para Inoo, quien le explicó que su padre se había endeudado con ellos, que les debía más de un millón de yens y que él estaba ahí para saldar la deuda. Esa situación le causó gracia, él no conocía a su padre, siempre había sido el único hombre de la casa, siempre habían estado ellos cuatro solos. Y ahora se encontraba en esa situación a causa de un hombre que no conocía de nada. Le trataron como a un trapo, le tuvieron encerrado durante más de tres meses, sin salir de esas cuatro paredes, recibiendo amenazas, palabras de odio y palizas.

Pero, gracias a Dios un día vio la luz. Inoo abrió una vez la puerta de su “habitación” para anunciarle que cambiaba de municipio que se iría a vivir con un amigo suyo. Durante el trayecto temía por su nuevo “casero”, temía que fuese igual que Inoo con los mismos hombres que le trataban mal, temía volver a recibir palizas. Pero no fue así, Daiki le trató amablemente aunque al principio había sido obligado a hospedarle, rápidamente cogieron confianza. AL principio le resultó incómoda la convivencia, estaba acostumbrado a estar encerrado a no hablar con nada y que cuando le llamaban le hacían lo peor.

Pegó un puño, ¿por qué había recordado todo ese año? Nada bueno había sido ese año, ninguna cosa buena. Y todo porque la persona que más había querido se había ido de su lado, aunque… pensándolo fríamente. ¿Cómo hubiese reaccionado su madre si siguiese viva y él hubiese desaparecido? Sus hermanas aún no sabían nada de él, ya hacía casi un año que no las veía. ¿Cómo estarían? ¿Su hermana mayor habría conseguido casarse con ese gentil hombre de hacía tiempo? ¿Su hermana pequeña habría entrado a la universidad? Seguramente que sí…

- ¡Yamada! – escuchó del piso inferior. Abrió los ojos que estaban empañados de lágrimas, ni cuenta se había dado de que había empezado a llorar. Se secó rápidamente las lágrimas y se irguió.

- ¿Qué? – asomó la cabeza al pasillo para que el otro le escuchase.

- Ya está el desayuno, baja. – la voz de su casero era muy peculiar. Aparentaba ser alguien de fuerte personalidad, que no se deja dominar… pero en cuanto abría la boca lo perdía todo. Sonrió ante ese pensamiento.

- Ahora bajo, un momento. – respondió entrado de nuevo a su habitación. No había hecho nada, ni se había duchado ni ordenado la habitación. Suspiró cansado, tendría trabajo para ese día.

Primero se metió a la ducha, ya luego ordenaría. Se relajó bastante, la ducha siempre le había ayudado. Bajó al primer piso para desayunar, allí le esperaba Arioka sentado a la mesa y sin probar bocado.

- ¿Aún no has desayunado? – preguntó al ver que el plato del mayor estaba intacto. El otro negó con la cabeza.

- Te estaba esperando. – contestó haciendo que el corazón del menor saltase de nuevo. No comprendía qué le pasaba. Su corazón siempre se estrujaba cuando Daiki se comportaba dulce con él. ¿Qué era?



*Fin de la primera parte.*

Me temo que la segunda parte aún no la puedo publicar, no la tengo terminada todavía. Sé que dije que las publicaría cuando las acabase las dos, pero no quería dejarlas sin publicar nada... u_u
¿He avanzado muchas cosas no? ¿Qué tal ha quedado? ¿Les gustó? ¡Háganmelo saber!

¡Mimi-chan destaa~!  

2 comentarios:

  1. A mi me ha gustaado *___* me deja con ganas de más, porque ay, me está encantando, aunque en el fondito me da penita takaki!
    Aquí sigo yo esperando la conti ~~

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  2. D: Casi lo besa!!!!!!
    -perdon por apenas aparecer, pero esta chica tenia tareas u.u-
    Adfbggsruhgruugd La escena de la toalla casi me mata *W* y ... waaaa pobre Yama-chan u.u sufrió mucho con Kei :/ y veo el porqué cada vez que le hablaba Daiki saltaba u.u

    Ahora, que Daiki bonito lo esté ayudando tanto es lo mejorrrr *w* se quiern mucho <3 y esa tensión sexual me llama más a mí :Q__________ adgvgjv

    Conti

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Si te ha gustado comenta! con tu comentario haces que me anime a escribir más! Gracias! ^^